ORFEO Y EURÍDICE

En los tiempos antiguos, existió un héroe llamado Orfeo, quien tenía una sensibilidad exquisita, era poeta, teólogo, músico. Recibió de su padre Apolo, una lira que había sido fabricada por Hermes, y de su madre Casiopea heredo su dulce voz; como era un poeta y el más sensible de los seres, con su lira y su poesía armonizaba hasta tal punto la naturaleza que nada podía comparársele. Cuando él cantaba las fieras se echaban a sus pies, las aves estimulaban su trino, las tempestades se calmaban y lograba que todos aquellos que hubieran perdido su armonía la reconquistaran.

Por su apostura y sus cualidades intelectuales y artísticas, se enamoraban todas las mujeres mortales y divinas, tratando de conquistarlo y seducirlo para ser su amante o esposa; sin embargo, Orfeo no hacía caso a ninguna mujer, hasta que conoció a Eurídice. Una ninfa tan hermosa como dulce y sencilla, cuya modestia igualaba a sus encantos, le pareció digna de su amor. Orfeo logró vencer sus pudores de virgen y con permiso de Zeus se entonaron alegres canciones de boda. Los prados y los ríos sonrieron al verlos tan felices en un éxtasis amoroso que debía ser eterno; pues la hermosa doncella era fuente de constante inspiración. Simplemente estaban muy enamorados, pues Eurídice superaba cualquier expectativa y lograba que su diestro esposo, fuera inmensamente feliz.

Quiso el funesto destino que mientras la hermosa náyade jugaba en los verdes campos con sus compañeras, una víbora oculta en la hierba le mordiera el delicado talón y la bella joven cayera moribunda sobre el verde pasto.

No hubo lágrimas suficientes para consolar el dolor de Orfeo, y una noche de las muchas que pasó llorando a su amada, decidió descender a los dominios de Hades para reclamar a su Eurídice. Fue un viaje duro, tuvo que enfrentarse al guardián de las puertas de los Infiernos, Cancerbero, quien a punto estuvo de atacar pero que finalmente respondió a la música de Orfeo como otros tantos animales habían hecho anteriormente. Así fue como nuestro héroe ingresó en el Tártaro, sin cesar de entonar su agonizante perdida.

Orfeo lleno de tristeza continuó su largo recorrido entonando su desolada melodía hasta llegar al trono de Hades, el dios de los muertos. Allí empieza a cantar con su lira, y ruega a Hades y a su esposa Perséfone, que le permitan a Eurídice volver al mundo de los vivos. Es tal la dulzura, la tristeza y la sensibilidad con que Orfeo entona los más dulces cánticos que Hades llora lágrimas de acero y su esposa le convence para devolverle a su amada. A último momento, Perséfone advierte al héroe, que deberá marchar siempre adelante. Mientras esté en la región infernal no podrá volverse a contemplar el rostro de su amada. Si lo hiciera, perderá para siempre a Eurídice, quien volverá al reino de las sombras. 

Orfeo, feliz comenzó a entonar la más dulce de las melodías mientras Eurídice lo seguía a la distancia, pero le va entrando la duda si realmente su compañera viene tras él. Cuando finalmente están saliendo a la luz del Sol, la tentación de saber si ella viene allí es muy grande, y voltea a mirar en el momento en que ella iba a ser tocada por los rayos del Sol. Cuando él la mira, Eurídice comienza a desvanecerse y regresa al infierno.

El desesperado Orfeo, desanda el camino y ruega muchas veces a Caronte que traiga a Eurídice nuevamente a la orilla de los vivos, pero el barquero de la laguna Estigia, le negó la entrada, pues esta sujeto únicamente al mandato de Hades, no escucha su pedido, apenas pudieron despedirse con una mirada a través de las aguas, antes de ser llevada a la sombra de la joven a su morada definitiva. Y aunque Orfeo esperó siete días con sus siete noches en el margen del Aqueronte sin probar alimento alguno, inundados sus ojos en lágrimas y consumiéndose de dolor, acabó viendo que era demasiado tarde para enmendar su error, y marchó a vagabundear por los desiertos, sin apenas probar bocado, acompañado sólo por su lira y su música.

Entonces regresa al mundo de los vivos y promete no volver a amar a ninguna mujer, tratando de encontrar alivio en los bosques; pero los Dioses no podían permitir que un humano conociera los secretos del mas allá, y enviaron a las Ménades; las cuales locas de pasión terminaron por despedazarlo; por lo que el “hasta pronto” de Eurídice se transformó en una dulce realidad, aunque fuera en el reino de las sombras.

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